Lali Espósito íntima. Nota GENTE. Fotos

Genuinidad”, su premisa. “Ante cualquier sensación, proyecto o desafío de la vida”, dice casi jactante. Así –tan “autobiográfica”– se contó y se cantó desde A bailar (2014) hasta Soy (2016). En el medio, se enamoró para quedar “descreída y agotada”. En aquella “nube negra” –como rotula a esa relación– boxeó a la Histeria. Toreó al Ego. Finalmente, entendió que el dolor es un Boomerang. Hace siete meses, “un tipo sano y de amor sencillo” le devolvió la sonrisa, como describe su gente. Así nació Una na, el primer corte precoz –“un tanto ansioso”– de su próximo disco. “Que habla de mí, entrando otra vez en un lugar de lindas sensaciones”, explica. Porque Lali Espósito (25) vuelve nueva. “Hace tiempo que no me sentía tan iluminada. La que fui siempre. La que puede trabajar full time, disfrutar de su familia y ser feliz con su novio”. Entonces hablaremos de Una na en forma y contenido. Pero su locuacidad nos llevará mucho más lejos. –¿Ese nuevo dembow de tu pop responde a la demanda mundial que impuso Despacito, o a la de tu público, cada vez más numeroso en todo el continente? –Es imposible no ver lo que sucede en el mercado, pero sólo dos canciones de este disco tendrán esos beats. Si entrás a un estudio en Miami –donde Una na fue producido, arreglado y grabado por 3 Música y mezclado por Ear Candy), debés saber que los tipos convertirán tu tema en un reggaetón. Te dicen: “Nos traés una canción, te devolvemos un hit latino”. Tienen su fórmula, y funciona. Pero yo fui clara: “No me alejo de mi género”. Entonces, Andy Clay –el productor cubano detrás del éxito Obsesionado, de Farruko, y lo nuevo de CNCO– se calzó la guitarra y empezó a zapear melodías. Fuimos descartando sonidos en un proceso que duró seis meses. Lo que quedó es esto: un pop alatinado. Hoy me felicitan colegas como Ricky y Mau Montaner: “¡Es tan difícil lo que hiciste!”. Es un logro que me enorgullece como argentina. –¿Qué resulta más difícil para la inserción en el gran mercado latino: ser mujer o ser argentina? –Ser argentina. Es re Jelinek lo que voy a decir, pero no somos los típicos latinos. Somos una porción de tierra condimentada por Europa. Para ellos, “bichos raros” con modismos graciosos, fuera de esencia, un país más “rockero”. Saben que nos cuesta colar ese sabor en las canciones. La mujer avanza. Las latinas lo hacen tanto como el machismo de los ritmos urbanos les permiten. Pero más allá de eso, es un buen momento para el girl- power. Hoy, figuras como Rihanna, Ariana Grande, Demi Lovato, Selena Gómez, reinan en la escena musical y hasta hay quienes se atreven a levantar bandera por cuestiones sociales. En su último disco, Beyoncé (“la Michael Jackson femenina”, como la llama)– reivindica la historia de los afroamericanos, y Lady Gaga, a la clase media trabajadora de los Estados Unidos. –¿Cuál es tu aporte a ese nuevo poder femenino? –No soy feminista, porque sería tan grave como ser machista. Detesto los extremos, las terminologías, la lucha de opiniones por tener razón. Mi aporte es el contagio de actitud, la inspiración desde mi don, “el hacer”. –¿Creés que abriste camino para que otras actrices–como Angela Torres o Jimena Barón– se animaran a cantar lo que escriben? –Definitivamente. Mientras mis colegas me decían “¡estás loca!”, yo producía mi primer disco –A bailar, 2013– con mis ahorros de actriz y a pulmón total. Pelé ovarios y monté un show con una propuesta de pop más anglo, que aquí no se había visto. Por eso te afirmo mi respuesta con orgullo. Hay mucho talento en este país, pero también miedo a la industria: siempre creemos que lo mejor viene de afuera... De hecho las críticas, que paraba con el pecho, eran: “¿Y ésta? ¡¿Qué se hace la Demi Lovato?!”. En ese entonces, Jime (Barón) me decía: “Ay, guacha, vas a sacar un disco. ¡Es mi sueño!”. Me gusta ver a chicas como ella, o Angelita (Torres) y Oriana (Sabatini), que cantan y escriben –lo cual no es poco–, diciendo: “¡Ey, si funciona, yo también puedo!”. –Y no sólo a las artistas de tu generación: también impulsaste a tu mamá a encontrar y desarrollar una vocación. –¡Sí! Cuando estaba por hacer mi primer video armé un equipo muy free, porque era algo independiente. Entonces convoqué a mi vieja (María José Riera) para producir: “Má, te animás?”. Aceptó, pero no quería cobrar. Le dije: “Voy a pagarte, porque te llamo por buena”. ¡Y lo hizo genial! Así la fui sumando a la producción de las giras. Se copó tanto que hace un año abrió su propia productora (Cinemática Films) con Juan Ripari, el director de aquel primer video. Juntos hacen mis clips, los de Abel Pintos y otros tantos. Hoy llora, literal, cuando dice que yo descubrí su potencia y, por sobre todo, una gran pasión. –En términos de influencia, y seguida por millones de personas de amplio target (7 a 30 años), ¿hay una responsabilidad que atender en las redes sociales? –No me lo planteo. Mi ley es la autenticidad. El personaje de robot que vende perfección se caería en tres años. Te lo dice alguien que fue producto televisivo, con pautas del “esto sí” y “esto no” del manual Yankelevich, que es como el Disney nacional. Siempre me llevé bien con los lineamientos, porque no tuve necesidad de fingir, tapar ni moderarme en mi modo de ser: tranquila, muy normal, de familia, de amigos. Tanto es así que saqué un disco llamado Soy (2016), donde cada tema es mi mensaje. En las redes es tal cual. No me publico en pelotas, por ejemplo. Y no por el público, sino por mi naturaleza. –¿Cómo se ataja este nuevo fenómeno de violencia 2.0? –Soltando. Entendiendo que no es más que gente con una gran frustración y un teléfono en mano a un botón del maltrato. Pongo mi energía sólo en agradecer, por ejemplo, a quien postea un video de cómo suena Una na en una radio de Canadá, o el éxito de Esperanza mía en Japón. Cuando escucho a otros artistas haciéndose mala sangre por lo que les escriben, me muero por decirles: “Ay, no... ¡Podés vivir feliz!”. –Desde lejos: ¿Cómo se ve el país? –Es paradójico. Argentina es el país en el que más se extraña. Tenemos esa cultura latina del vínculo, pero mucho más arraigada: “Sin mi familia cerca me muero” o “No puedo vivir lejos de mis amigos”. Somos pasionales, una característica por la que muchos artistas como los Rolling Stones dicen: “No hay público como el argentino”. Pero esa misma pasión nos fragmenta. Tenemos un fanatismo peligroso en la política, el deporte, la música. A mí, por ejemplo, me enfrentaron siempre con Tini (Stoessel). Y no existe rivalidad ni comparación. –Ya que la citaste, ¿cómo te llevas con la política? –Para mí es un primo segundo: le tengo aprecio, por ahí me interesa saber cómo está, pero un poquito me chupa un huevo. Estoy decepcionada de los dirigentes argentinos. Nadie me da buena espina. Nos han robado mucho en los últimos años, y en la cara: ¡porque todos vimos volar los bolsos! Me encantaría que el kirchnerismo me hiciera pensar y sentir diferente. Tampoco soy fan de Cambiemos, pero creo en su gestión en la Ciudad; al menos veo avances. Aunque cuando escuchás que hay 33% de pobreza en el país, toda charla se termina. –¿De no haber sido Lali, y me refiero a la artista pop, qué estarías haciendo ahora? –Jugando hockey. Poco antes de ese primer casting que hice para Cris (Morena, en 2003) había entrado en Huracán. ¡Era muy buena! Y hubiese estudiado Psicología… ¡Ojo, tal vez lo haga en algún momento! –Hablemos del contenido de Una na. Cantás “Tú, y sólo tú/ supiste sanar mi corazón”. Es tácito que se trata de Santiago Mocorrea (32). Pero antes de su “rescate”, ¿tanto daño te habían hecho? –Mucho. Venía muy golpeada. Había estado en una nube negra. Y hablamos claramente de Mariano (Martínez, 38), que honestamente no creo que sea mal tipo, pero su manera de amar no es la mía. Mis afectos más cercanos, esos que van sólo con la verdad, me decían: “Ya no sos vos; perdiste la risa”. Todo el tiempo estaba tensa, asegurándome de que él estuviese bien. Porque yo, que siempre fui muy segura, me sentía mucho más fuerte que él en muchas circunstancias. ¡A mí me hacés una escena de celos, me subo al auto y huyo lejos! Soy una mina con armonía; mi casa debe estar en armonía. Soy sencilla: te amo o no te amo, pero no voy a hacerte daño por eso. Fue una relación tormentosa, como con demasiado que tratar para alguien emocionalmente simple como yo. Hay gente que no sabe amar “simple”, tal vez por tener problemas con ellos mismos para amarse. Y yo, que me valoro, quiero sentirme bien. Por eso le escapo a lo rebuscado y doloroso. Esta vez escapé tarde... Me fui como cuando te patean la pierna en un partido, resentida. –Todos los amores dejan una lección. ¿Qué aprendiste en el camino? –“Pit” (Peter Lanzani, 26) me abrió la puerta del amor sano. Benja (Amadeo, 33) el del amor maduro. Con él crecí; es inteligente, muy culto, con una charla interesante. Y con Mariano, por un lado aprendí a priorizarme; y por otro, a acompañar. Jamás había sido la novia de un hombre con hijos, que no eran bebés. Te miraban y preguntaban: “¿Vos sos la novia de papá?”. Estuvo bueno correr el ego. Y él lo valoraba. Fui una gran compañera. –¿Lo felicitaste por el nacimiento de su hija? –No, no. No tenemos relación. –De novia desde los catorce años hasta la llegada de Santiago, ¿cómo habías acomodado esos meses de soltería? –Fue como estar invitada a una fiesta en la que no conocés a nadie: todo alrededor es genial, pero estás sentada en un rincón disimulando una “cool”, con vergüenza de agarrar el sandwichito porque te miran. ¡Me sentí muy rara! Todos los que se me acercaban me parecían tan pelotudos... Es que así se ponen cuando quieren encarar. Los tipos están muy en pose. Hay demasiado hombre que se mira al espejo más que una. –Entretanto, ¿ningún affaire oculto o desapercibido? –Sí. Salí con alguien muy famoso, importante. Y me salió muy bien. Te darás cuenta de que fue algo muy corto, porque inevitablemente se hubiese sabido. Pero no te ilusiones: la data muere conmigo. –Y finalmente, ¿qué propuesta trajo Mocorrea? –Santi, un tipo sano, noble, sencillo, vino a sanarme el corazón cuando estaba agotada y descreída. Trajo la sensación de que es el hombre para mí. Es la primera vez que alguien me hace sentir ganas de compartir la vida entera. –Debías estar muy convencida para, después de su WhatsApp, proponerle la primera cita en tu casa... –(Se ríe) Me mandó: “Hola, ¿te acordás de mí?”. Le respondí: “Yo sí. No sé si vos me recordarás así... ¡Estoy más grande!” (bromea). Y sí... ¡Como para no acordarme! Cara de boluda no tengo (se ríe). Y si lo invité a casa no fue de rápida, eh... (se ríe) En ese momento (separada de Martínez, agosto de 2016) todo lo que hacía era noticia. ¿Y si este noviazgo de hoy sólo hubiese sido un “tomar algo” y nos sacaban una foto? ¡No iba a exponer al chico a quedar escrachado en una revista para toda su vida! Le dije: “Mirá, la verdad es que prefiero algo más privado”. Sí, por ahí el “hola, pasá” fue algo raro. Yo tengo una “habilidad sensorial”: cuando alguien se acerca o me saluda, siento en la piel si debo preocuparme. Si se me eriza, tarde o temprano algo saldrá mal. Pero Santi cruzó el umbral y energéticamente todo fluyó. Pedimos sushi, abrimos un vino... –Y en un instante dijiste: “Es él”. ¿Qué fue? –¡No! Pasaron tres meses de “hacerme la dura”, según Santi. Me asusté. Yo estaba muy en la de “no voy a volver a entrarle de una al corazón de nadie”. Porque enamorada soy intensa, muy del “estoy para vos”. Aunque, después de “esa” primera mirada, era imposible volver atrás. No es fácil para alguien público encontrar a un tipo que realmente le importe tu humanidad por sobre cualquier brillo. No está contaminado. El día que lo presenté en mesa de amigas, con Mery (del Cerro) y Cande (Vetrano), no entendía nada de lo que se hablaba... ¡porque no conoce a nadie! Que esté tan out side me vuelve loca. Santi me devolvió la sonrisa, la luz, la esencia que había perdido por ahí. –El primer hombre con el que no compartís maquillaje. –¡Sí! Te referís a que no es actor (risas). No sabés lo felices que somos con el cliché casero de tirarnos en piyama, a comer –que siempre es mi mejor plan– y ver recitales. Porque Santi estudió Música e Ingeniería de Sonido en la Universidad de Berkeley. Siendo un crack con la viola, pero de esos dotados que dan miedo, un día dijo: “No toco más”. Y así, durante diez años, se dedicó al costado de la música que más le gustaba, elempresarial. Hoy trabaja en el campo, como parte de una compañía. –¿Qué te aburre más: las preguntas sobre boda, maternidad o diferencias de estatura? –¡Las de boda! Jamás jugué a casarme, ni soñé con vestidos blancos. Cuando voy a un casamiento, pienso: “¡Uy, qué paja todo esto!”. Hay cosas de la tradición que me parecen espantosas: antes de ir a una fiesta de ésas ya sabés qué vas a comer, qué vas a bailar, cómo se vestirá ella y todo lo que pasará. Si alguna vez la vida me lleva por ahí, voy a tener un casamiento anormal. Porque en la vida siempre hay que ir por lo distinto. Si no, resulta un embole. –Al don de hacer se suma el título de “la primera argentina en entrar a la Lista Billboard Anglo”. ¿Cómo se adiestra el ego? –Tengo un ego enorme y lo uso para animarme a más, un lindo condimento para creer que sí puedo. La vida del artista es naturalmente egocéntrica. Cuando me canso de ver mi cara en todos lados, me desconecto. Mi mejor terapia son los vínculos. Me resguardo en otras miradas y realidades. Enseguida busco juntarme a tomar un vino con amigas, o llamar a mamá para que me cuente sobre familiares que no veo a menudo, o me siento con mi novio a hablar sólo de sus cosas. –Terapia formal no hacés... ¿De espíritu cómo andamos? –Creo en la fe, del modo que sea. Pero no estoy de acuerdo con las metodologías de las religiones, y como dije, rechazo los fanatismos. Para mí, Dios es como el Universo. Y a veces creo que somos el experimento de alguien que nos observa, que deja que vivamos nuestras viditas y cada tanto dice: “A ver... Dentro de toda esta masa, ¿quiénes son los que entendieron de qué va la vida?”. Porque estoy convencida de que somos experiencias espirituales. Creo en la reencarnación (como fiel seguidora de Brian Weiss), y sé que la mía es un alma vieja. –¿Con una misión? –Con una oportunidad. No es una boludez tener el poder de llegar a tanta gente. Y que esa gente se emocione, aprenda, se inspire. ¿Y si alguien me está probando? Yo podría haber desaprovechado la chance, escapado de las frustraciones con drogas o ser mala persona, con lo que muchas veces se justifica al artista: “Y bueno, es maleducado porque es un genio”. Pero yo quiero llegar alto y que, cuando esté ahí arriba, sigan diciendo: “¡Qué lindo es laburar con esta mina!”.   Por Sebastián Soldano. Fotos: Guido Adler para 3 Música y Lali Música.

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