“Si renuncio, porque me escondo. Si me muestro, banalizo. Si cumplo perimetral, es un circo. Si no la cumplo, pierdo credibilidad. Estoy sobrepasada”, escribió Barbie Velez en su cuenta de Twitter al terminar la jornada del lunes último donde, una vez más, mostró lo doloroso y decadente que significa usar la televisión como un gran diván público.
Barbie Vélez es, ante todo, una mujer que sufrió –o habría sufrido (de acuerdo a las investigaciones que se están haciendo)– violencia de género por parte de su expareja, Federico Bal. Como tal, merece todo el respeto y repudio de quien la pudo haber agredido. Una denuncia reciente hecha por ella, hizo que la Justicia valide el pedido suyo para que el hijo de Carmen Barbieri se mantenga al menos a 300 metros de distancia. El lunes, ambos debían competir en el duelo de Bailando por un Sueño y la producción de Showmatch decidió trasladarlos en diferentes autos hasta un estudio alterno para que no se crucen.
El tipo de exposición de Vélez, sobre todo en tiempos de Ni Una Menos, la lleva directo a la boca de la tormenta, esa banalización que justamente se plantea evitar. ¿De qué forma podría hacerlo? Por empezar, no prestándose a este tipo de acting. Ahora, ¿está ella en condiciones de hacerlo? ¿Realmente está dispuesta?
Barbie es un pieza más –quizás la principal– dentro de la máquina del Bailando y, como tal, tiene que cumplir con su rol. En ese deber ser “el circo de la perimetral” que se armó esta semana, es el resultado de una idea de los productores de Swhomatch. A Barbie, con su fragilidad y sus dudas, con su confusión y dolor genuino, con sus dotes de sobreactuación que tanto captan la atención, no le queda más remedio que actuar, a tal punto que toda esa dramatización se vuelva un círculo vicioso complejo de entender. ¿Qué es real y qué no?
El asunto es el después. Ese es el momento donde ella podría parar la máquina, ver dónde cortar este desorden cíclico dramático de realidad-ficción, aquel que le da de comer y que al mismo tiempo –otras de sus preocupaciones– le hacen perder credibilidad. Sucede mucho con la farándula que participa de este certamen televisivo: firman el contrato, cobran el sueldo, ponen el cuerpo y muestran su historia, esa que hará subir o bajar el rating. En otras palabras, actúan de acuerdo a los desenlaces de su vida privada. Pero decíamos, el tema es el después, dónde cortar. ¿Qué pasa por la cabeza de Barbie cuando la van buscar con una cámara para tomar sus primeras declaraciones luego de que bajó el telón? En principio, lo que se ve: el llanto público, algo que tal vez ya no le pidan y que es el claro reflejo de lo que provoca mostrar el dolor por TV, una cuestión –por cierto– que se replica en ella como parte de su ADN.
Pero Barbie no corta. Lo que sigue serán tapas de revistas y “escapadas” de móviles de madrugada, esos que se encargan de generar contenido para el programa satélite de los días siguientes al show. Una y otra vez el llanto y las gafas negras, un poco para no mostrar los ojos llorosos, otro poco para la teatralización. Ella responderá con frases monosilábicas y hará caminar a los movileros hasta su auto, con un micrófono por sobre el vidrio de su auto, que tomará las últimas declaraciones de una joven sobrepasada por un guíon que no sabe bien donde comienza y dónde termina.
Fuente: Agustín Gallardo/exitoina.perfil
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