El productor de una gran televisora Reiner es un gran hombre de éxito quien lo tiene todo: un buen sueldo, una lujosa casa, y un lujoso auto último modelo y una gran novia muy Linda.
Quien a sus treinta y tantos años ha llegado a la cima del éxito creando unos programas de los mas vulgares y entupidos a la ves, una de sus últimos programas que lo llevan al éxito supuestamente es un concurso en el que un hombre podía conseguir el premio de ser padre de un niño, si su espermatozoide ganar una carrera microscópica para así poder fecundar un ovulo. Un día Pegah una misteriosa mujer, enviste a toda velocidad su coche de Rainer, tras sufrir una experiencia cerca de la muerte, en Rainer se opera un gran cambio y decide producir un sesudo magazín de actualidad para la franja horaria estelar de su emisora. “Un juego de inteligencia” es una película que debería llegar a las grandes masas, difundirse en todas las cadenas televisivas y proyectarse en todos los colegios mensualmente. Es más: no tiene que considerarse como una película, sino como un bien social, una medida de ayuda contra la imbecilidad general a la que últimamente parece abonada la televisión. Esa era la idea Hans Weingartner, director y guionista (en este caso, junto a Katharina Held) comprometido que antes ya había removido conciencias con “Los Edukadores”, y que con la que ahora nos ocupa explica toda la verdad tras los medidores de audiencia televisiva y el consiguiente éxito de los programas-basura. Parece que el proceso de escritura de “Un juego de inteligencia” haya sido insólito. En su tramo introductorio se presenta a un afamado productor de televisión (interpretado por el versátil Moritz Bleibtreu, a quien hemos visto recientemente en “Soul Kitchen”), y todos sus excesos. Droga, alcohol, temeridad al volante... las reúne todas. Y mientras tanto, el film parece que recorrerá la senda típica de problemas de adicción, peligros del éxito y demás, con montaje espitoso y precipitación de acotecimientos estresada.
