Aunque su nombre se menciona durante todo el año en todos los programas de no ficción de la televisión argentina, sobre el cuándo, el dónde y el cómo de la vuelta de Susana Giménez a la pantalla chica se empieza a rumorear, siempre, en esta época de hojas que se caen. Sobre el estado de su cuerpo en relación a los años que ya tiene (67, más o menos), sobre las complicadas y extrañas intervenciones estéticas que le practican en distintas clínicas del mundo, sobre las dietas milagrosas, sobre la pugna económica con el canal que la hizo millonaria (Telefé), sobre su sueldo, sobre el horario y los días de emisión de su programa, sobre lo raro que le cae y le cayó siempre “Marce” (Marcelo Tinelli), sobre algo que dijo asumiendo “lo que piensa la gente” y, siempre, sobre todo, los rumores navegan por algún entuerto económico-amoroso que podría estar sucediendo, que hubo sucedido o que habiendo sido amor hoy es litigio y causa judicial.
Shorthorn
En enero de este año la mostraron medio borracha y desordenada corporalmente saliendo de un pub en Punta del este mientras, tal como sucedió décadas atrás con su pareja de entonces (el basquetbolista Norberto Draghi), su último ex (Jorge Rama) era acusado de estafa y de haberle falsificado la firma a Susana para comprar con cheques jugadores de fútbol. En febrero la revista Paparazzi mostró sus tetas en la tapa y en marzo dijeron que dijo que el sexo anal, para ella, es buenísimo pero que dolía mucho. Sobre por qué no se habla mucho de la cuestión anal en beneficio de la experiencia placentera no es un tema menor pero sí complejo en el imaginario social argentino. En ese terreno donde por momentos parece todo simulado y premeditado hacia lugares incomprensibles y manipulables según la oferta y la demanda de la emoción que algo podría generar sobre un cúmulo de personas, por ahí y por imposición mediática está Susana Giménez, que salió a desmentir todo aquello de su traste y el placer. Que Susana Giménez desmienta algo que dicen que dijo o algo que dijo pero que “no lo pensó” es tan común en la televisión argentina como las veces en que la involucraron a algún tipo de, por decir, manganeta financiera. Sobre esta cuestión, que pesa alrededor de 150 millones de dólares y de los que es dueña, Susana tiene una frase que resume, a fin de cuentas, lo que pasa por su cabeza. “En este país hay que pagar peaje por el éxito”, dice cada dos por tres. El éxito, para Susana Giménez, es hacer plata. Y mucha. Cómo la hizo esa fortuna coincidió en tiempo y forma con su aparición en la televisión de una Argentina que se autoconvencía que el Primer Mundo podía ser rediseñado desde el sur.
Aberdeen Angus
Apareció en la vida pública argentina a fines de la década del sesenta del siglo pasado gracias a su relación amorosa con el empresario y “hacedor de estrellas” Héctor Cavallero, que se las ingenió para diagramar la entrada al medio de la por entonces modelito de 20 años. Fue la revista Gente la que intervino en esta operación y le siguieron las publicidades del jabón Cadum, del champú al limón Cadum, de las camisas Manhattan, del yogur La vascongada, de la colonia Valet de Gillette, de la crema dental Ultra brite y de Brava, una pick-up de Chevrolet. Se multiplicaron así las tapas de revistas donde aparecía esa chica medio colorada, flaca de piernas complicadas y una mirada que con el tiempo se supo que no era intensidad sino estrabismo.
Hereford
Descollar como se dice, Susana Giménez nunca descolló artísticamente en nada. Ni al lado de los mejores capocómicos argentinos pudo aprehender algún tipo de práctica sobre el humor. Y en cuanto a lo dramático, a la puesta del cuerpo como carne para la actuación digamos, y a pesar de haber participado en muchas películas, sólo en dos más o menos su impronta fue rediseñada por el ojo y el talento para la dirección de actores de Daniel Tinayre (en La Mary, en 1974), y de Mario David (en La piel del amor, en 1973).
Criolla
Pareja de tablas y comedias donde andaba sueltita de ropa hizo con Moria Casán en la década del 70, siendo la rubia de esa dupla femenina que volvía locos a, por ejemplo, Alberto Olmedo, a Jorge Porcel, a Gerardo Sofovich, a Pepe Parada y a todos aquellos que por entonces hacían y producían humor picante que le dicen, e iban y venían entre la televisión, el cine y el teatro de revistas. Hizo musicales en teatro (La mujer del año, Sugar, La inhundible Molly Brown) y siempre se recuerda su primera participación teatral, en 1971, junto a Rodolfo Bebán en Las mariposas son libres, pero nadie dice si sostenía algo parecido a la actuación. A la televisión entró para quedarse en 1987. Desde ahí empezó, primero de a poco y luego con una vertiginosa velocidad, a hacer plata y ganar popularidad. Se corrigió la mirada, también.
Holando Argentino
Hay tres cosas que enloquecen a Susana Giménez, según ella misma: La timba, la plata y los machos. La primera es un metejón que hasta la emparenta con ser accionista de varios casinos. La segunda es una fortuna descomunal y hasta, si se la mira con atención, desmedida en cuanto al hecho de, por ejemplo, compartirla con su compañero de turno. Lo de compañero es un decir sobre la tercera de las cosas que la enloquecen. Qué cosa puede necesitar de un hombre una mujer millonaria y famosa no sólo es amor y ternura. Quiere más. Ahí se le puso complicada la cuestión y más o menos siempre le pasó lo mismo con los varones que tuvo como esposos: Plata de por medio, antes, durante y después del amor. Sobre todo desde que empezó a acumular dinero y decidir qué cosa haría con esa fortuna que iba amasando. Y, sobre todo, desde que apareció diariamente por la televisión con un programa calcado al que estaba haciendo Rafaella Carrá, pero en Italia y con más gracia. La televisión y sus derivaciones económicas y empresariales la llenaron de plata y no hubo una sola de sus operaciones financieras que, en determinado momento, no fuese al menos sospechada como fraudulenta o poco clara a la hora de justificarla fiscalmente. La más enrarecida y entrecruzada situación político-judicial-mediática la pegó a una maniobra fraudulenta entre su programa y la empresa que se dedicaba a la organización y administración de los concursos telefónicos que sostenía el deseo de sus televidentes. La empresa tenía tres socios mayoritarios: Jorge Rodríguez (alias “Corcho” y pareja por entonces de Susana), el ya muerto Roberto Galimberti y Jorge Born, que el mismo Galimberti había secuestrado cuando Montoneros necesitó financiamiento para armarse y operar sobre lo que ellos pensaban como el destino nacional. En el medio, mientras “Su” debatía su amor o desamor por el Corcho y Galimberti y Born posaban juntos para las revistas, unidos y reconciliados, se destapó otra trama entre el Su llamado, el origen y destino de los fondos que se recaudaban por cada llamado que la gente hacía para acceder a la posibilidad de ganar un millón de pesos, una Fundación de nombre Felices los niños que presidía el cura Julio César Grassi, que iba seguido al programa de Susana hasta que empezó un escándalo grosero de denuncias sobre abusos sexuales a menores por parte del cura, una cámara oculta en un programa que conducía por aquel entonces María Laura Santillán por Canal 13, un juicio al cura (que siempre dijo que la promesa de apoyo financiero de parte de la empresa del Su llamado nunca fue cumplida). Susana se mostró primero a favor y después en contra del cura, pero igual de embarrada como cuando en 1991 compró un Mercedes Benz importado a nombre de un discapacitado llamado Cayetano Ruggiero. Tuvo que pagar 10 mil dólares de fianza para no ir presa.
Jersey
Una vez, al aire y en vivo, vio una moneda de un peso y dijo desconocerla. Cuando había plata en la televisión argentina, hacía traer de Las Vegas a cuanto freak se mostraba como espectáculo público de divertimento entre apuesta y apuesta. Cuando la producción se achicó empezó a buscar freaks argentinos. Su programa siempre estuvo sustentado en premios y concursos más una pasarela mediática por la que pasaron desde presidentes hasta un señor con dos penes. Se casó varias veces y cada vez que se separó armó un revuelo mediático donde siempre sobredimensionaba su impericia para “elegir” la pareja, digamos, adecuada. Tiene una hija de su primer matrimonio que poco sonríe para la prensa. Es abuela y muy pocas veces a Susana Giménez se la vio emocionada o con (al menos) leves gestos de congoja por algo o alguien. Nunca lloró por la tele, ni siquiera cuando hablaba del amor roto y cómo sus hombres le sacaron plata a cambio de afecto y compañía. Hizo un comentario sobre la existencia actual de los dinosaurios y, para no llamarla “ignorante”, lo que se llama el medio empezó a desplegar sobre ella cierta imagen de espontaneidad frente a las cámaras. No le importa absolutamente nada que tenga que ver con la política, a no ser que le convenga y pueda remontarse a la época donde el dólar era un peso y al presidente Menem le decía “Mi presi”. Entre 2001 y 2002 vivió más en Miami que en Argentina (infiérase por qué). Pidió la vuelta del servicio militar obligatorio, la pena de muerte como posibilidad de justicia y no tiene ni idea de quién es, por ejemplo, Lucrecia Martel. El difunto boxeador Carlos Monzón la hizo gozar como loca según ella misma, pero también en varias oportunidades le marcó el cuerpo a los golpes. Como muchas otras, se besó furtivamente con Carlos Calvo, Sergio Denis y Cacho Castaña. Siempre quiso estatura social, por eso se creyó el cuento de un polista que decía ser conde y se casó enamorada. Hizo de un cenicero un arma de defensa marital y se hizo la víctima con Mariano Grondona argumentando que los hombres la buscaban por sus millones. Aunque nunca respondió a ningún partido político ni causa social, su nombre apareció en una lista de, literalmente, chicas amigas del poder de turno. Los militares del Proceso de reorganización nacional fueron cholulos con ella y, al parecer, en cuestión afectiva lo mejor que le pasó se llama Ricardo Darín, quien no pisaba los 22 años cuando Susana, de treinta y muy largos, se enamoró de él. En una entrevista que hace muchos años que le hizo el ya fallecido periodista Néstor Romano, Ricardo Darín dijo de la que alguna vez fue su pareja: “Susana es tan ingenua que por su mente diría que tiene ocho años”. Ricardo Darín suele repetir esa frase de vez en cuando a la par de una sonrisa que parecería decir que lo de ingenua es un decir.
LEONEL GIACOMETTO
PUBLICADA EN EL DIARIO EL CIUDADANO EL DOMINGO 3 DE ABRIL DE 2011 (ROSARIO, SANTA FE, ARGENTINA)
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