Esa mujer no se reconocía, ahora frente al espejo.
Sobre la repisa había una vela a punto de consumirse.
Ella miraba fijamente la imagen que se reflejaba.
Esa cara tan dura pensó… tan seria…
Cuanto hacía que estaba ahí parada mirándose al espejo,
¿Había engordado o estaba a punto de engordar o había adelgazado?
…
Hoy había comido arroz y pan…
Y pensó que las órdenes debían ser más precisas, más claras,
¿cada día entendía peor... o ella se daba mal las órdenes ahora?
Tenía miedo, la situación no era clara, no podía comprender, tenía ganas de ser nuevamente feliz, recordaba cómo era: “no apretaba los dientes, se sorprendía riendo y alguna gente era agradable
de ver.”
No estaba en su casa, en su país...
y había querido ser más buena de lo que era,
más generosa, más atenta, menos intolerante, menos insolente, más hermosa,
más cariñosa, menos dependiente, más libre, menos invasora,
más sociable y solo había conseguido no sentir nada…
no estar, sólo la acompañaba el temor de quedarse mirando una pared,
sentada en una silla con el pelo revuelto sin moverse.
Una mujer, pensó, es alguien inestable desde hace siglos.
Una mujer es alguien que no encuentra nunca el lugar adecuado para guardar lo que se puede romper…
La soledad es algo tan varonil que una mujer no sabe como usarla y no debería ser así,
no debería ser así...
No
mcoda
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